La Senda del Curandero [Priv. Enebro/Llamarada de Tejón]

¡Al fin! Era su primer día de entrenamiento. Enebro parecía calmada, sí, pero en su interior estaba terriblemente nerviosa. No había hablado muchas veces con Llamarada de Tejón, la curandera, por lo que tampoco sabía lo que le deparaban los entrenamientos. Le había costado, sin duda, distanciarse de la senda de los guerreros sin saber qué iba a ser de ella y sin saber dar marcha atrás. Sin embargo, no pensaba que se fuera a arrepentir. La vida guerrera no era para ella, no. Tampoco sabía mucho sobre ella, ya que había pasado la mayor parte de su vida encerrada en la maternidad sin apenas ver la luz del sol. Pero eso había cambiado.

Había conseguido asegurarse un futuro, un futuro que no hubiera podido conseguir de otra manera. Cuando abrió los ojos, dado el silencio ambiental, supo que no había nadie Esperaba no llegar tarde. Contempló las difusas sombras luminosas de fuera de la maternidad, y supo que podía estar tranquila. Se estiró, se lavó cuidadosamente para dar una buena impresión, y salió. Al instante, las formas, colores y olores la envolvieron. Los gatos se preparaban para salir a patrullar, a cazar... o a entrenar. Hacía una luna que debería estar entrenando. Y la espera había merecido la pena. O eso pensaba.

Cogió una presa del montón de carne (Un conejo, por el sabor. En esta época, el campo estaba lleno de ellos) y la mordisqueó sin ganas. Terminó por dejarla: no tenía hambre. Estaba demasiado excitada, ¿así se sentían todos los aprendices en su primer día de entrenamiento, o era solo cosa de esperar? Se acercó a la entrada del campamento y se sentó a esperar a su mentora, con calma aparente y con nerviosismo interior.